Se conoce como el ‘El hombre corzo’, un texto de nueva aparición, el experto francés Geoffrey Delorme cuenta su visita silvestre, con todo lo que toleró y lo que experimentó de sí mismo y de sus amigo dromedarios. El alivio de una lección para días extraño en la humanidad.
Una de los fragmentos más emocionantes del libro literario El hombre corzo. Fue que paso 7 años habitando en el bosque (Capitán Swing), en base a la igualdad, del humano con una especie de animal. Pero erizando la piel del lector no son los desaciertos de la mente del ser humano, sino suponer lo que fluye por la mente de los ciervos, entre la inclinación de huir de la curiosidad que lo hace permanecer cerca, oler, hacerle lugar a la familiaridad.
Desconfiados por naturaleza, los humanos nos sorprendemos de que una viable presa nos permita llevar a un acercamiento que no parezca amenazador. Esa trasmisión sincera (si en el medio animal) es la que fue conquistar, poco a poco en el bosque, Geoffroy Delorme, que habito 7 años al raso, un zona forestal de Normandía.
Sin llevar tienda de campaña, ni ruanas, ni refrigeración, con solo algo de alimento enlatado, Delorme subsistió casi como un cérvido. Gracias a que estos animales son territoriales y habitan vidas individuales, como los seres humanos. Y si bien pasen algunos momentos en familia, no se alimenta en manada, como sí lo hacen otras poblaciones del bosque, según las informaciones del naturalista francés.
El libro nos revela a los ciervos como unos seres exclusivos, sin embargo probablemente ellos no lo conocen y por eso mismo se diferencian del hombre presumido que va haciéndose con sus ecosistemas, con demostraciones extraordinarias.
Ese soplo de estos airosos primos de los ciervos se benefician de los brincos que dan, como queriendo alcanzar el cielo. Según indica Delorme, esa es, necesariamente, la habilidad que da pie a una vieja leyenda de los indios “que otorgaron al ciervo el nombre omnipotente de Dehenyanteh, que tiene como significado aquel quien ha hecho del arco iris un camino de colores’”.
La vida en la jaula
Geoffroy Delorme fue un niño afligido
por una presencia dentro de los límites del estudio formal, hasta que pudo dejar las convenciones sociales y hacer solo caso a su intuición, que consistía en perseguir con consuelo y envidia el canto de las aves posado en una rama, pero al aire libre, lejos de un aula.
Así, tras un suceso traumático con una maestra, y con la aprobación de sus padres Geoffrey siguió educándose desde el hogar y, en cuanto pudo, fue a explorar el bosque cercano.
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